2.4.08

Envoltorios gigantes para almacenar CO2 en el fondo del mar

Imagine una bolsa inflable gigantesca, en forma de salchicha, capaz de guardar 160 millones de toneladas de dióxido de carbono, que es el equivalente a 2,2 días de las emisiones globales actuales. Ahora trate de imaginarse ese recipiente, de unos 100 metros de radio y varios kilómetros de largo, descansando apaciblemente en el lecho marino a más de 3 kilómetros por debajo de la superficie del océano.

En un primer momento, esto podría parecer ciencia-ficción, pero es una idea que recibe plena atención científica por parte de David Keith, uno de los expertos más destacados de Canadá en la captura y secuestro del carbono, y director del Grupo de Sistemas Medioambientales y Energéticos del Instituto para la Sostenibilidad en la Energía, el Medio Ambiente y la Economía, de la Universidad de Calgary.

“A primera vista, esta idea parece descabellada, pero cuando se examina más de cerca se muestra como algo que puede ser factible técnicamente con la tecnología de hoy en día”, argumenta Keith.

La idea original de almacenamiento oceánico fue concebida hace varios años por Michael Pilson, un oceanógrafo químico de la Universidad de Rhode Island, pero realmente despegó el año pasado, cuando Keith confirmó su viabilidad con Andrew Palmer, un prestigioso ingeniero oceánico de la Universidad de Cambridge. Keith, Palmer y otro científico del Laboratorio Nacional de Argonne avanzaron más en el concepto mediante la elaboración de un documento técnico.

Keith ve esta solución como un complemento potencialmente útil al almacenamiento de CO2 en las formaciones geológicas, sobre todo para el CO2 que emana de fuentes cercanas a zonas marítimas profundas.

Él cree que esto puede ofrecer una solución viable porque inmensos valles planos cubren extensas áreas en los fondos oceánicos. Estas llanuras abisales están poco habitadas por formas de vida y son ambientes apacibles.

Para que el CO2 pueda ser almacenado allí, debe capturarse el gas en las fuentes industriales y energéticas específicas, comprimirlo hasta su estado líquido, y transportarlo a través de vastas tuberías que se extiendan más allá de las plataformas continentales oceánicas. Cuando el CO2 líquido se bombea al océano profundo, la intensa presión y las temperaturas frías hacen que pierda flotabilidad y se hunda. Esto significa que el CO2 tiende a fluir hacia abajo en lugar de subir a la biosfera.

El uso de un contenedor es necesario porque el CO2 tenderá a disolverse en el océano, lo cual podría tener efectos adversos para los ecosistemas marinos. Afortunadamente, según Keith, el costo de los contenedores es mínimo con esta solución. Él y sus colegas calculan que las bolsas pueden fabricarse con polímeros existentes por menos de cuatro centavos por tonelada de carbono.

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